lunes, 11 de noviembre de 2013

Ensayo: La poesía en la modernidad.

La poesía en la modernidad:  De la proliferación a la construcción colectiva de saberes.  

Por Luz María Chávarro Orozco.

El texto provocador del maestro Jarrín[1] ha cumplido su misión; abrió la cortina de mi durmiente alma,  la instó a recibir el sol de domingo,  a la búsqueda de saberes.   Estoy aquí frente a la hoja, deseosa del encuentro con mis cavilaciones.  

Este acercamiento partirá del abordaje teórico sobre la proliferación de los grupos, a partir del análisis del declive de las instituciones, fenómeno que caracteriza a la modernidad y que está íntimamente relacionado. Pasaré luego a una reflexión sobre los modos de respuesta de quienes han opinado sobre el texto del maestro Jarrín, con la intención de hacer notar cómo nuestra idiosincrasia, que ya Gabo nos ha advertido, puede frustrar nuestros intentos dialógicos, en especial cuando nos relacionamos a través del saber.   Finalizando,  haré énfasis en lo que el psicoanálisis nombra como “el deseo por el saber” y dejaré observaciones sobre algunas interpretaciones que se han realizado al mencionado texto, en lo que denominaré mis confesiones.

Recordemos que el fenómeno de la proliferación de los grupos ya ha sido planteado desde el psicoanálisis y la sociología cuando nos advierten del declive de las instituciones, es decir, de la pérdida de credibilidad de instituciones (Estado, familia, escuela, la religión):   “El Estado-nación, forma clave de organización social durante los siglos XIX y XX, se muestra impotente para orientar el devenir de la vida de las personas”.[2] Desde el psicoanálisis  se muestran los efectos que tiene para el sujeto la caída de los ideales  tras la deslegitimación de la  ley (función del padre),  instancia psíquica necesaria para la regulación de las pulsiones y por ende de las formas de relación.  La sociología nos amplía este marco cuando nos muestra que el capitalismo opera como una red que nos atraviesa, que nos impone modos de satisfacción sin límite, con la promesa de una vida sin problemas. 

En esta vía, la proliferación de los grupos a nivel de las religiones, tribus urbanas, grupos políticos, (y vemos que no escapa la poesía),  se explica entonces por la pérdida del suelo que aunaba los ideales colectivos (no necesariamente convenientes o desinteresados), que estaban representados por el Estado-nación (familia,escuela,religión) y que al perder credibilidad, aparece en su reemplazo el mercado, otro marco ordenador que tiene como base un gran esquema: El consumo. Este marco ha permeado la subjetividad de tal manera, que en la lógica del consumo las relaciones humanas se establecen de igual forma que con los objetos: Son frágiles, cambiantes, instantáneas, fragmentadas.   

“…Esos códigos y conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad.  Eso no implica que nuestros contemporáneos sólo estén guiados por su propia imaginación, ni que puedan decidir a voluntad cómo construir un modelo de vida, ni que ya no dependan de la sociedad para construir los materiales de construcción o planos autorizados.  Pero sí implica que, en este momento, salimos de la época de los “grupos de referencia” preasignados para desplazarnos hacia una era de “comparación universal” en la que el destino de la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinido, no dado de antemano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero: El final de la vida del individuo”. [3]

Para que se consolide un colectivo o grupo se requiere que haya un lazo conductor, y que éste represente autoridad y sea modelo de identificación, eso hace que cada uno construya un imaginario de unión, de colectividad.  Pero asistimos a una época donde esos lazos son frágiles, hay poca credibilidad, desconfianza hacia el otro, los referentes de autoridad son incongruentes, por eso los grupos ya no tienen un discurso potente.

“La imagen de la espuma es funcional para describir el actual estado de cosas, marcado por el pluralismo de las invenciones del mundo, por la multiplicidad de micro-relatos que interactúan de modo agitado, así como para formular una interpretación antropológico-filosófica del individualismo moderno.[4]

La existencia de numerosos grupos nos muestra que estamos impactados por los efectos de la modernidad.  Pero no se tratará de quedarnos en la nostalgia por épocas anteriores,  pues se nos presenta la oportunidad de inventar nuevas formas de relación; de inclusión del otro en nuestras concepciones,  de alojamiento de sus diferencias como parte del proceso de construcción del saber y la creación de nuevos ideales.  Pero estas construcciones no serán posibles si cada uno insiste en defenderse del Otro que imagina como una amenaza.  La multiplicidad de los grupos justamente tiene su origen en el individualismo que sustenta el capitalismo y permea nuestras relaciones, nos quedamos en pequeñas islas  con pequeños dioses que nos propicien la ilusión de una felicidad absoluta, sin diferencias o críticas, muy edénicas en realidad.

“En la actualidad las pautas y configuraciones ya no están “determinadas”, y no resultan “autoevidentes” de ningún modo; hay demasiadas, chocan entre sí y sus mandatos se contradicen, de manera que cada una de esas pautas y configuraciones ha sido despojada de su poder coercitivo o estimulante”[5].

Además de estar impactados por estas realidades globales, como colombianos también estamos atravesados por nuestra historia.  Gabriel García dijo[6]“Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo….Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza”.   

Dado que las argumentaciones alrededor del texto del maestro Jarrín, constituyen un insumo que da cuenta de ese predominio sentimental frente a un planteamiento crítico, quisiera proponer una reflexión de una reconocida psicoanalista  argentina[7] en torno al deseo por el saber.  Se trata de Beatriz Udenio, quien a partir del personaje Kirikú, de un cuento infantil de Michel Ocelot[8] , hace reflexiones acerca de que el arte de enseñar las letras, no consiste en saturar el conocimiento del niño sino en dejar un lugar para la duda, para el deseo por saber, en últimas para instar a la vida.  Desde el vientre de su madre Kirikú dice: “Soy Kirikú, el que sabe lo que quiere y quiero saber.”  

De lo anterior se deduce que para poder llegar a plantearnos en la vida el deseo por el saber implicará partir de lo que se quiere saber, es decir, de lo que ignoramos.  Aceptarnos en continúa formación, o dicho en otras palabras, en continuo asombro por el saber, nos permitirá afrontar los obstáculos que cada uno vive cuando es confrontado por los Otros. 

“En efecto, Kirikú nos introduce de lleno en este tema, dejándonos una enseñanza:  para llegar a ser un hombre hay que pasar por querer saber, enfrentar las vicisitudes paradojales que van contra del querer saber, admitir las oscuridades de un goce nocivo – representado por la maldad de la hechicera, que mueve toda la interrogación del pequeño Kirikú – afrontar el enigma de aquello que no se sabe y, con suerte, llegar a encontrar un lugar en el mundo después de haber vencido todos esos obstáculos”.

El valor de Kirikú para afrontar su deseo, de ir en búsqueda de lo que quiere saber, me recuerda el libro del Poeta (con mayúscula) Neruda “Confieso que he vivido”. Esta declaración  del Poeta me alivia, me llena de optimismo frente a la posibilidad de reconocer las vivencias como oportunidad de aprendizaje, pero sobre todo, como la principal riqueza del ser humano, ésa, la de reconocer sus errores y aprender CON  los otros. 

Así que me tiro al charco:  Confieso  (así, con mayúscula) que he participado en talleres, en grupos, que he festejado en recitales, que he cantado con desafino y más de la cuenta.  No me compararía siquiera con las ranitas, seres tan maravillosos y de tan alto valor simbólico, si acaso, podré parecerme algún día a su canto y procrear una ínfima parte de los poemas que ellas logran entonar en unos minutos.  Fue muy generoso el maestro Jarrín al compararnos con ellas.  También Confieso que he visto un desmedido fervor, y que con el tiempo esto me empezó a cuestionar, Confieso que también cuestioné y que a causa de ello tuve que tomar distancia de los grupos.  Es un reto poder constituirnos como un solo colectivo, uno que se construya bajo una ideología –no bajo idealismos.  Me refiero a que con frecuencia veo falta de congruencia entre lo que se dice que hacemos y lo que realmente hacemos.  Por fortuna para eso está la crítica, para recordarnos los caminos, y si es con humor, pues a reírnos para no llorar.  Confieso que creo que el maestro tiene razón, pero no malinterpretemos el texto.  Están diciendo que no quiere los grupos o sus objetivos.  No es cierto.  Está diciendo que todo ello “está bien”, es cierto que lo dice con ironía, pero es a veces necesario para que escuchemos.  Por eso agrega ¿y la poesía?, porque quiere recordarnos que con esa misma fuerza, motivación y disciplina debe hacerse el trabajo poético (cada quien escuchará su voz interna). 

Algunas observaciones sobre las interpretaciones dadas al texto del maestro Jarrín:
*      El llamado a no volver espectáculo la poesía, entiendo que no se refiere a los recitales o eventos  per se, tiene que ver con el énfasis puesto en los aditamentos, la divulgación y el registro visual, más que en la formación, en la dialógica y la crítica de los textos.  En otras palabras nos advierte lo que el psicoanálisis denomina la primacía de la imagen por sobre lo simbólico, que es otro imperativo de la modernidad del cual debemos estar advertidos: 

“Aquí conviene detenerse en un aspecto que atraviesa estas nuevas maneras de satisfacción fomentadas por la industria audiovisual, en los cuales las cuestión de la mirada cobra un lugar fundamental.  En esta órbita transita una particular pareja:  el voyerismo y el exhibicionismo, dúo que cobra vida a través del pequeño hueco o marco del lente fotográfico que recubre y despliega una mirada plenamente absorta que yace sobre la escena de los cuerpos lacerados en lo más real de su esencia”[9].

*      No interpreto que desvirtúe la motivación y  la pasión por los espacios de poesía,  pero nos recuerda que la motivación solita no nos va a ayudar a crecer como escritores.  Difundir la poesía implica crear espacios de exigencia  académica.   Willian Ospina recientemente nos lo recuerda[10]: “Un escritor no tiene que saber plenamente qué es lo que ha hecho, pero debe tener la certeza de que lo hizo con rigor, con responsabilidad y con pasión”.

Confieso que he visto y conocido grupos o talleres donde se hacen lecturas y se abren espacios formativos con la intención de construir referentes teóricos, pero sabemos que no en todos se hace con la disciplina y exigencia necesaria, en otros ni siquiera se hace.  Sin embargo, ello tampoco da cuenta de un proceso, hay grupos que llevan mucho tiempo conformados con dicho propósito sin que esto garantice un progreso en la escritura, como también hay personas que asisten a dichos grupos y tienen una mayor exigencia que  otras.  Confieso que a personas de mi cercanía y afecto les he tenido que plantear estas opiniones y ya son conocedoras de mi punto de vista.

*      Respecto al imaginario de que los maestros por tener un reconocimiento miran por debajo del hombro a quienes se inician.   Confieso que en lo que he vivenciado, esto es falso de toda falsedad.  Nunca he sentido ese trato de quienes yo considero son mis maestros, por el contrario, he recibido apoyo y formación.  Eso sí, se requiere de poder estar abierto y dispuesto al aprendizaje, a corregir los errores, a exigirse.  He visto que para muchos las correcciones no tienen importancia, no las asumen, dejan sus errores tal cual.  Esto ha sido evidente en recitales donde se leen los poemas con dichos errores mientras que en el libro que los publica ya están dichas correcciones.  

*      En el proceso de formación académica, todos hemos aprendido que debemos diferenciar lo personal de lo intelectual.  Si mezclamos nuestros sentimientos con la academia, sería imposible el debate.  Si alguien nos muestra un espejo y eso que vemos nos predispone, entonces es porque hay algo que no nos gusta, de nosotros, no del espejo.  Está bien verse en los errores, y yo agregaría:  ¿Si no es el poeta quien puede reírse de  sí mismo, entonces quién?. 

*      Sí nos debe importar cómo escribimos, sí nos debe importar si lo hacemos bien, si lo hacemos mal o regular, nos debe importar.  Vivenciar la poesía no es suficiente, por lo menos para quienes nos queremos formar como Poetas.  Incluso quien solo tiene por objetivo la lectura poética, requiere de un proceso formativo y analítico, en palabras de Willian Ospina, LEER tiene un sentido más amplio del que nos han transmitido:

 “Una vida de fragmentarias pero intensas lecturas me ha enseñado que leer en realidad es leerse, que lo que se encuentra en los libros, no sólo de ficción sino en textos que aparentemente contienen verdades más objetivas, depende mucho del lector. El autor nos ofrece una partitura; el lector es un intérprete, que pone la ejecución, la manera y la música. Creo que cuando terminamos de leer un libro no sólo hemos conocido al autor sino que nos conocemos un poco más a nosotros mismos.” 

*      En esa misma vía, la escritura de la Poesía no puede seguir viéndose como un acto mágico, un sentimiento que nos llega a los dedos y se escribe sin esfuerzo, es un acto reflexivo acerca de nosotros mismos, un oficio.  Los sentimientos que experimentemos en una experiencia poética son verdaderos y respetables pero solamente por albergarlos no se justifica nuestra forma de escritura.  Si sentimos tanto empuje a escribir, entonces dejemos que el trabajo y la disciplina nos guíen.
Para finalizar,  Confieso que soy poeta (con minúscula), y no lo digo porque haga parte de un grupo o asista a recitales o eventos (Confieso que disfruto sólo algunos), sino porque mi lectura literaria ha sido escasa y mi camino de formación apenas comienza en serio.  No veo en mi pequeña minúscula nada peyorativo, quiere decir que estoy en formación, que estoy desarrollando habilidades como lectora que me permitirán apreciar y valorar la poesía. 

En este corto camino de escritura  me divierto pero también me frustro.  He aprendido que de eso  trata la poesía, de un encuentro con lo difícil, con el malentendido, con el error.  Diría que la vida misma se trata de aceptar nuestras taras, pero la poesía espera de nosotros una transformación, que estemos implicados, que nos atraviese.  A este registro podría pertenecer lo que el psicoanalista Lacan denominó el registro de lo simbólico.   Mientras que cuando estamos en la vida, como seres tocados por la vida, el amor y la muerte, operamos en el registro de lo que él denominó el registro de lo imaginario, es decir, donde cada cual atribuye sentidos al mundo, hace interpretaciones de sí mismo y de los otros, es el mundo de la singularidad, del lenguaje, es decir de los malos entendidos.  Diría que cuando reaccionamos al texto del maestro Jarrín estábamos en el registro imaginario, pero si dejamos que este texto nos permee y nos permita implicarnos en lo que allí nos reta, sin defensas ni ofensas, entonces habremos pasado al plano de lo simbólico.   Por último está el momento pospoético.  Diría que podríamos ubicarlo en el registro de lo real, que consiste en aquello que escapa a la palabra, lo imposible de nombrar, el encuentro con la muerte, en este caso la muerte del poeta, quien atravesado por su falta en ser, se reconoce en su incompletud y regresa a la vida pero transformado, no podrá volver a ver de la misma forma.  En palabras de José Manuel Arango[11]:
 “Quizá la locura
es el castigo
para el que viola un recinto secreto
y mira los ojos de un animal
terrible”. 



[2] Duschatzky Silvia.  Chicos en banda, los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones.  Ed. Paidós.  Argentina, 2002.
[3] Bauman, Zygmunt. Modernidad Líquida y Fragilidad Humana.
[4] Vásquez Adolfo - PUCV - Universidad Andrés Bello. http://www.observacionesfilosoficas.net/zygmuntbauman.html
[5] Bauman, Zygmunt. Modernidad Líquida y Fragilidad Humana.
[6] García Marquez.  Por un país al alcance de los niños. 1994. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-179534
[7] Udenio Beatriz.  Viejas Buenas Costumbres.  Revista El Niño, del Instituto del Campo Freudiano.
[8] El cuento trata de un niño diminuto que se enfrenta a una bruja quien domina su aldea con un hechizo a los hombres, convirtiéndolos en seres sumisos.  Kirikú se caracteriza por ser un niño inquieto por querer comprender el mundo, en especial a la bruja, y en ese proceso va donde su abuelo que es un sabio, pero para ello afronta muchos obstáculos en los cuales su persistencia y esfuerzo hacen posible que cumpla su meta.  El cuento concluye con la salvación que hace Kirikú de la bruja al liberarla del dolor que la hacía ser maligna, cuando ella lo besa, él  se vuelve hombre.
[9] Castañeda, Gloria Irina.  Imágenes, miradas, cuerpos:  El retrato de la muerte. Revista No. 27: Violencia, arte, destrucción.  Institución Universitaria Antonio José Camacho. 2010.
[10] Ospina, Willian.  La utilidad de la Luna.  El espectador. http://www.elespectador.com/utilidad-de-luna-articulo-454402
[11] Arango, José Manuel.  Poema VIII Hölderlin.  Poesía Completa.  Edit. Universidad de Antioquia.